Reflexiones no indexadas: El Perú en busca de un proyecto de Nación
Perú está en una crisis que parece no tener fin y que se ha cobrado la vida de más de cincuenta personas. Todo parece apuntar a que la consecuencia de esta crisis será la renuncia de Dina Boluarte. Una vez más, otro presidente sale precipitado del palacio de gobierno. Como pasó con Pedro Pablo Kuczynski y Vizcarra, con Merino y Pedro Castillo, el Perú tendría que reemplazar al sexto jefe de Estado en seis años.
Ahora bien, parece que más allá del sistema político y de la crisis de representación que experimenta todo el mundo occidental, hay en el Perú, algo más profundo. Por la violencia que vive cada explosión social y por lo interminable de sus crisis, queda claro que no han consolidado un proyecto de “colectividad” que integre a toda la nación o a lo que Benedict Anderson denominó “comunidad imaginada”. Esto es, un sistema político que imagine a todos los peruanos y peruanas dentro de la misma Polis, donde para empezar, todas las vidas se respeten.
Desde 2011, cada vez que se asiste a una elección, se elige entre el fujimorismo y el antifujimorismo, pero el antifujimorismo en su extravío, no tiene una representación fija. Los electores pueden apoyar indistintamente a un lobista como PPK, a un militar nacionalista admirador de Chávez como Humala, o a un líder gremial apoyado por un partido marxista como Pedro Castillo.
Por eso, la dicotomía fujimorismo-antifujimorismo expresa algo más. Explica dos paradigmas políticos que emergen en la historia, como los únicos proyectos de nación que han articulado y comprometido a todo el país (costa, sierra y selva) en un horizonte común. El primero, aparece como un espectro sobre la izquierda: el velasquismo. De 1968 a 1975 los militares peruanos, dieron un golpe de Estado y prometieron un proyecto de nación que incluía crear un hombre nuevo “crítico, participativo y solidario”. Hicieron una reforma agraria, nacionalizaron el petróleo y la minería, y crearon un Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (SINAMOS) que prometía reemplazar la política ejercida por los partidos mediante una “democracia directa”. A pesar de que el mismo general Velasco dijo “no somos marxistas, pero estamos haciendo una revolución y eso es lo que importa”, tenían una política exterior antinorteamericana. Por primera vez en la historia del Perú, el campesino y el indígena sentían una representación política definida por los intereses de los desposeídos. El quechua y la música tradicional asumieron un lugar central en el espacio público, materializados en la propuesta estética del Pop achorado de Ruiz Durand y su ícono de Tupac Amaru II. Pero el velasquismo fue un régimen dictatorial: cerró medios de comunicación, conculcó derechos políticos a sus opositores y los persiguió. Este paradigma, es el primer proyecto de nación contemporáneo y colocó al Estado como el protagonista de la modernización del país.
El segundo proyecto de nación contemporáneo es el de Alberto Fujimori (1990-2000) aunque para algunos parezca una paradoja, no lo es. El liderazgo del “chino” también articuló a todos los sectores sociales de todos los puntos geográficos del Perú. De hecho, sobre todo en los anteriores congresos, la bancada del fujimorismo tenía una representación más heterogénea que la de los partidos tradicionales. Vinculaba a todo el Perú (dentro del fujimorismo convivieron desde Pedro Oleachea y Martha Hildebrandt, hasta Yeni Vilcatoma pasando por Leyla Chiuán o Moisés Mamani).
El fujimorismo es antagónico al velasquismo, porque planteaba la modernización del país y su desarrollo sin el Estado. Tuvo un amplio respaldo popular, venció la hiperinflación, acabó con el terrorismo e instaló una tecnocracia en el gobierno. Propugnaba un hombre nuevo neoliberal: un sujeto emprendedor y utilitario, integrando al Perú a los organismos multilaterales de financiamiento y alineándose con el proyecto norteamericano para las Américas. De la mano de Vladimiro Montesinos creó todo un aparato simbólico a través de la llamada prensa chicha, para perseguir opositores, distorsionando la realidad y banalizando el conflicto social. Fue un gobierno con un amplio historial de corrupción y violación de derechos humanos (Barrios Altos, La Cantuta). Su hija sigue penando (o aprovechando) su legado. En las elecciones del 2016 Keiko Fujimori obtuvo 49,8% y en las del 2021 consiguió el 49,7%. Su presencia en el imaginario peruano es inestimable.
Tanto a Velasco como a Fujimori le incomodaban la democracia y sus partidos, pero Fujimori privatizó lo que Velasco expropió. Mientras la iconografía de Tupac Amaru II durante el velasquismo buscaba restaurar el pasado heroico, Fujimori prometía el futurismo ahistórico y chicha. El velasquismo y el fujimorismo son antagónicos-equivalentes: uno es el reverso del otro. Ambos agotados, los peruanos buscan (¿en democracia?) un nuevo proyecto superador (o sintetizador) de ambos. Un proyecto integrador es necesario para evitar más violencia.